Lizamavel Collado
Muchos coincidiremos en que el lenguaje poético es una de las manifestaciones más elevadas de la expresión humana, y en que se convirtió en un vehículo de reflexión, exploración y belleza del mundo. Esta forma maravillosa de comunicar trasciende la transmisibilidad del significado y se sumerge en lo profundo de la musicalidad, el simbolismo y las imágenes evocadoras.
La importancia del uso poético del lenguaje, su percepción de la realidad y su impacto en la literatura nos evidencian que, desde los albores de esta, la poesía ha servido como un canal -privilegiado, además-, para la proyección de la sensibilidad humana.
Si nos remontamos a la Poética de Aristóteles, este gran filósofo griego define la poesía como “una forma de imitar la realidad a través del lenguaje -utilizando la mimesis y el ritmo- para generar experiencias emocionales en los lectores”. La poesía occidental nació en la Grecia de Homero, a quien se atribuye la autoría de los poemas épicos La Ilíada y la Odisea, así como otras obras.
Pero, desde entonces, la poesía ha acompañado a la humanidad en su largo recorrido de tantos siglos, siendo un reflejo de cada época, dejando un inconmensurable legado humanista, en la medida en que su forma de decir -el modo poético-, siempre ha sido cultivada, encontrándose piezas de un alto valor estético en todas las culturas que rinden culto a la memoria.
Un aspecto muy relevante del lenguaje poético es su capacidad para la evocación, esa habilidad de sugerir más de lo que puede expresarse literalmente. Federico García Lorca, por ejemplo, en su Romancero Gitano, utiliza la metáfora y el símbolo para construir un universo en el que las palabras adquieren un significado múltiple y totalmente especial. Su “verde que te quiero verde” no solo describe el color, también evoca sensaciones de deseo, nostalgia y la fragilidad humana.
Borges en su Ensayo sobre la poesía, la define como “una experiencia estética entre la pasión y el placer que no puede ser definida sin ser simplificada: el encuentro del lector con el libro, el descubrimiento del libro”. Para este genio de la literatura universal, la poesía era un compromiso con el conocimiento y con la precisión estilística.
Un elemento característico en la poesía contemporánea es el juego lingüístico y la fragmentación, que han sido recursos claves para expandir las posibilidades del lenguaje. Un referente de esto es el poeta Octavio Paz, pues en su obra El arco y la lira se aprecia el poder creador del lenguaje poético y su relación con la percepción y el tiempo. Asimismo, en Piedra de sol, Paz emplea la repetición y el uso rítmico para crear una experiencia circular que refleja la esencia del devenir humano.
Al analizar el poema La tierra baldía, del escritor T.S. Eliot, el poeta Hernán Bravo Varela lo describe como “una pieza coral donde diversas voces se entrelazan, explorando la memoria afectiva y utilizando un lenguaje poético para expresar el colapso cultural y espiritual tras la guerra”. Conforme a la tradición anglosajona, Eliot despliega la intertextualidad y fragmentación en el uso poético del lenguaje, empleando diversas voces para transmitir la desolación y el caos de la modernidad. Evidentemente, el lenguaje poético no solo embellece, sino que tiene la capacidad de radiar crisis sociales y existenciales.
Ya sabemos que el uso poético del lenguaje no se limita a la poesía, pues se impregna en otras formas de expresión artística y literaria. En la narrativa, un buen ejemplo lo modelan autores como Gabriel García Márquez (Gabo), al incorporar elementos poéticos en sus estructuras y descripciones narrativas, logrando prosas cargadas de un exquisito lirismo.
Vargas Llosa, en su ensayo García Márquez: historia de un deicidio, analiza Cien años de soledad, explorando la relación entre la realidad y la ficción y como Gabo “emplea recursos literarios para enriquecer su narrativa”. De igual forma se muestra cómo la imaginación poética puede enriquecer el lenguaje narrativo del autor colombiano y Premio Nobel de Literatura.
En la misma tesitura no debe extrañarnos que, por ejemplo, Pier Paolo Passolini, el más famoso cineasta italiano del siglo XX, fuera, al mismo tiempo, el mejor poeta de su generación, y que él llamara a sus películas “cine-poemas”. Militante de muchas causas políticas y sociales, Passolini escribiría, en su poema Realidad, “… cuando escribo poemas es para defenderme y luchar/comprometiéndome, renunciando a toda mi dignidad antigua …”
Benjamín Prado en su obra Siete maneras de decir manzana, al analizar la poesía de Rainer María Rilke concluye con que este “le arrancó toda su obra al silencio” pues el poeta transforma sus manos “en pequeñas balanzas para medir el peso de lo desconocido en versos”, como los de Poemas franceses, donde combate esencialmente con lo figurativo.
Aunque para explorar el lenguaje poético es fundamental leer y analizar a los grandes poetas, desde los autores clásicos como William Blake o Dante Alighieri, hasta las contemporáneas Anne Carson y Alejandra Pizarnik, la práctica de la escritura poética, el estudio de la musicalidad del lenguaje y el uso de las figuras retóricas también son esenciales.
La poesía seguirá siendo un extraordinario modo de expresión, donde la palabra se renueva constantemente para dar voz a nuevas subjetividades. Su riqueza radica en la diversidad de los enfoques, la profundidad del lenguaje y la capacidad de adaptarse a los tiempos sin perder la esencia.
En un mundo marcado por la velocidad, la poesía demuestra su relevancia al ser un torrente de belleza y reflexión, que se transforma en un puente entre la interioridad y el mundo.